Finalizamos el verano y ya regresamos a nuestros quehaceres y nuestras rutinas.
Cerramos las vacaciones y también tendremos que cerrar la boca. En vacaciones nos permitimos más caprichos y dispendios en la comida y hay que volver a la normalidad.
Finalizamos el verano y ya regresamos a nuestros quehaceres y nuestras rutinas.
Cerramos las vacaciones y también tendremos que cerrar la boca. En vacaciones nos permitimos más caprichos y dispendios en la comida y hay que volver a la normalidad.
Aunque comamos el arroz en paella durante todo el año, es en verano cuando más rico nos sabe -por lo menos a mí-.
En lugar de hacer hoy un arroz seco, en la paella, me decidí por un arroz caldoso.
Este exquisito plato que os traigo está elaborado mayoritariamente por mi hijo Nacho para la cena de Nochevieja.
Quería hacer un platazo de fiesta que no se comiera habitualmente y que sorprendiera a la familia y amigos.
Me entusiasma y conmueve que mis dos hijos hayan heredado el gusto por la comida y la cocina. Cada uno tiene sus especialidades, pero esta receta de hoy la ha realizado por completo Nacho, el mayor, para celebrar nuestro aniversario. Mejor regalo, imposible.
Es un poco elaborada porque hay que dejar que el risotto vaya haciéndose despacio, añadiendo el caldo poco a poco, haciendo que el almidón destile del grano nacarado. Sin embargo, el resultado es espectacular.
No hay nada más evocador que un olor o un sabor. Te transporta inmediatamente al momento de tu vida en que lo oliste o probaste. Esto se pone aún más de manifiesto con las comidas de nuestra infancia.
Basta con comer algún plato de nuestras madres o abuelas (aunque nunca podamos reproducirlo exactamente igual) para traerlas de inmediato a nuestra memoria.